Mindfulness es eso que experimentamos cuando nuestra atención está centrada en el momento presente, lo que popularmente se conoce como “estar aquí y ahora”.
Para que podamos disfrutar de este estado se tienen que dar simultáneamente tres condiciones:
1- La intención (quiero estar presente)
2- La atención (quiero estar sólo en lo que estoy)
3- La actitud neutral (quiero aceptar amorosamente, sin enjuiciar).
Todos hemos tenido alguna vez esa experiencia de conexión con nosotros mismos, al menos, en los primeros tiempos de nuestra vida.
El bebé reconoce las necesidades reales y circunstancias de cada momento, y responde a ellas sin la interferencia de patrones mentales limitantes.
Todos nacemos con una genuina lucidez que se va ensombreciendo: la atención hacia el exterior, tan común en nuestra forma actual de vivir, nos distrae de la mirada hacia nosotros mismos.
La idea que sustenta el mindfulness es que podemos volver a ese punto de partida donde “ser y estar” no se contradicen, sino que se reafirman solidariamente.
El objetivo es entrenar nuestra mente para elegir y decidir momento a momento, recuperar la facultad de estar en el presente como único punto real.
Si nos pasamos el tiempo desenterrando sucesos del pasado o anticipando obsesivamente el futuro, es difícil que estemos presentes ni atentos.
Aplicar Mindfulness al ámbito de la alimentación se conoce con el nombre de Mindful Eating, que podría traducirse como “alimentación consciente”.
Mindful Eating nos lleva a ser testigos, de manera directa y con una actitud de disfrute y curiosidad, de las sensaciones, pensamientos y emociones que surgen en torno al hecho de alimentarnos.
Para todos nosotros, la comida tiene vínculos afectivos indiscutibles, desde niños la hemos asociado al acto social de relacionarnos, a los castigos o los premios, a la cercanía y el cuidado que recibimos… para muchas personas representa una fuente de placer, pero para otros puede estar cargada de censuras, vergüenza y culpabilidad.
El enfoque higienista pretende sanar la conexión existente entre nuestros cuerpos (físico, mental y emocional) y los alimentos, aprendiendo a tomar decisiones que se ajusten mejor a cada uno en particular, que nos hagan sentir confiados y a gusto con nosotros mismos. No hay un método estricto, se trata de promover cambios desde el interior, con el estilo personal y el ritmo que sea más apropiado para nosotros.
Veamos algunos pasos que podemos ir dando para empezar a aplicar Mindful Eating:
Lo primero es reconocer si nos sentimos satisfechos con lo que “no es comida” en nuestras vidas, en otras palabras, descubrir si la comida es (o no) nuestra única fuente
habitual de placer y felicidad. Ser conscientes, además de pequeños cambios en los hábitos cotidianos, nos lleva a preparar otros más grandes que llegarán con el tiempo.
Descubrir la experiencia de alimentarnos con todos los sentidos: olores, colores, rugosidades, temperatura, sabores e incluso los sonidos que se producen al comer y beber.
Comer sólo cuando tengamos hambre, aparcando el reloj y la agenda, aunque sólo sea uno o dos días a la semana, prestando atención a las sensaciones corporales para empezar a distinguir el deseo o el acomodo horario de la necesidad real.
Estar presentes en todo el proceso: el momento de elegir los alimentos, de prepararlos, de llevarlos a la boca, masticar, tragar… siendo conscientes de cómo tomamos las decisiones sobre qué alimentos comer, cómo y cuándo. Estar en cuerpo y alma en todas estas etapas es una experiencia llena de sorpresas y descubrimientos personales.
Comer despacio, en pequeñas cantidades, degustando cada trocito o sorbito que llevamos a la boca, masticando todos los bocados, sintiendo cómo se deslizan por el aparato digestivo y apreciando ese momento en el que sabemos que ya “estamos llenos” y hay que dejar de comer. Por lo general, comemos todos los días y varias veces, pero cada una de ellas tiene matices distintos. Lo interesante es detectar esas diferencias y vivir cada momento como si fuera la primera vez que lo hacemos.
Agradecer, agradecer y agradecer, antes, durante y después de comer: a las personas que cultivaron los alimentos, que los recolectaron, que los trajeron a nuestra mesa, a los que comen a nuestro lado… Si lo hacemos con honestidad y apertura de mente, vamos a abandonar la disociación para experimentar nuestra conexión íntima con la Vida.
Estos son sólo algunos de los pasos que podemos ir dando, con tranquilidad, sin juzgarnos ni criticarnos a nosotros mismos, aceptando que hasta ahora lo hemos estado haciendo de la única manera que conocíamos, y cambiarlo nos llevará algún tiempo.
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